Hoy es un día de sensaciones encontradas. Me siento
afortunado por el camino recorrido hasta escribir este post, pero también
siento vértigo. Vértigo porque hoy hace exactamente un año que dejé mi trabajo.
Un año sin pisar una oficina. Un año sin ponerme una corbata.
Después de casi diez años trabajando en Finanzas, había conseguido uno de mis objetivos: ser Trader en uno de los grandes bancos de inversión de la City. Co-gestionaba un book de índices globales, es decir, posiciones en más de 30 países, más de 30 divisas y todas las zonas horarias posibles. En mi segundo año, fui elegido como uno de los 20 mejores Asociados para participar en un programa de liderazgo. También coordiné procesos de selección y realicé entrevistas a candidatos de las más prestigiosas escuelas de negocio (la última: London Business School).
Pero no era feliz. No tenía tiempo para estar con mi familia y amigos, ni siquiera con mi chica. No tenía tiempo para hacer deporte ni tener hobbies. No tenía fines de semana. Incluso me cancelaron vacaciones. No tenía tiempo para seguir aprendiendo ni para desarrollar mis pasiones. Ni siquiera para dormir más de 4 o 5 horas al día.
Pensé que encontraría la excelencia, que estaría rodeado de gente que me inspirase, pero no. Cuando llevas un tiempo en este tipo de organizaciones, te das cuenta de que a los malos los echan, los buenos se van y los mediocres son los que se quedan.
Un día corriendo por mi ruta favorita de Regent’s Park –que no frecuentaba demasiado– imaginé cómo sería mi vida 5 años más tarde. Me vi haciendo lo mismo, rodeado de la misma gente, sin fines de semana, sin tiempo para las personas que quiero, sin tiempo para viajar, sin pasiones. Sin vida.
Si ese trabajo era el éxito, ese éxito no lo quiero. No es para mí.
Así que decidí poner fecha de caducidad a mi estancia en Londres que acabó, por cosas del destino, justo después de que me ascendieran.
Si te has visto reflejado y quieres saber si hay esperanza, mira la cara de tu jefe y la del jefe de tu jefe porque, con un poco de suerte, en unos años ése serás tú. Si te gusta lo que ves sigue ahí, sino huye. Sal corriendo. Da un portazo y no mires atrás.
Después de casi diez años trabajando en Finanzas, había conseguido uno de mis objetivos: ser Trader en uno de los grandes bancos de inversión de la City. Co-gestionaba un book de índices globales, es decir, posiciones en más de 30 países, más de 30 divisas y todas las zonas horarias posibles. En mi segundo año, fui elegido como uno de los 20 mejores Asociados para participar en un programa de liderazgo. También coordiné procesos de selección y realicé entrevistas a candidatos de las más prestigiosas escuelas de negocio (la última: London Business School).
Pero no era feliz. No tenía tiempo para estar con mi familia y amigos, ni siquiera con mi chica. No tenía tiempo para hacer deporte ni tener hobbies. No tenía fines de semana. Incluso me cancelaron vacaciones. No tenía tiempo para seguir aprendiendo ni para desarrollar mis pasiones. Ni siquiera para dormir más de 4 o 5 horas al día.
Pensé que encontraría la excelencia, que estaría rodeado de gente que me inspirase, pero no. Cuando llevas un tiempo en este tipo de organizaciones, te das cuenta de que a los malos los echan, los buenos se van y los mediocres son los que se quedan.
Un día corriendo por mi ruta favorita de Regent’s Park –que no frecuentaba demasiado– imaginé cómo sería mi vida 5 años más tarde. Me vi haciendo lo mismo, rodeado de la misma gente, sin fines de semana, sin tiempo para las personas que quiero, sin tiempo para viajar, sin pasiones. Sin vida.
Si ese trabajo era el éxito, ese éxito no lo quiero. No es para mí.
Así que decidí poner fecha de caducidad a mi estancia en Londres que acabó, por cosas del destino, justo después de que me ascendieran.
Si te has visto reflejado y quieres saber si hay esperanza, mira la cara de tu jefe y la del jefe de tu jefe porque, con un poco de suerte, en unos años ése serás tú. Si te gusta lo que ves sigue ahí, sino huye. Sal corriendo. Da un portazo y no mires atrás.
No elijas el camino fácil, porque a esta vida hemos venido a
jugar. El primer premio es para los valientes.
Hola Javier,
ResponderEliminarMe he sentido fielmente reflejado. Excelente post.
1abrazo
Borja
Muchas gracias por el comentario Borja. Un abrazo.
EliminarMuy buen post! y enhorabuena por tu nueva vida!!!
ResponderEliminarMuchas gracias Lorenzo!!!
EliminarInspirador... Dale al play y sigue. Muchas cosas buenas estarán por venir. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Oreste. Un abrazo.
EliminarMuy cierto Javier! Si el trabajo no te deja tiempo para vivir es esclavitud.
ResponderEliminarAunque sea difícil, aunque todo el mundo este en contra, si no sos feliz, ¿cómo podes hacer feliz a los que queres?
Saludos!
Eso es Adrián! Gracias por el comentario y un saludo!
EliminarSabia decision ,y no facil de tomar .Pero las seis cifras no dan amor,charlas y ratos maravillosos de sobremesa con la familia y los amigos-
ResponderEliminarlos cambios en la vida son riesgos 'que si no se corren ,no llegamos donde queremos.
Un besazo Javier.
Totalmente de acuerdo con lo que escribes Elena. Hay que intentarlo. Si tengo que elegir me quedo con las sobremesas antes que con las seis cifras. Un beso.
Eliminary de que vives ahora Javier?
ResponderEliminarHola Ivan, del trading.
EliminarSólo me falta leer esto! estoy en el punto que quiero dar el portazo a mi trabajo (me aburro, y soy un directivo con personas a mi cargo) y no me atrevo, y no por mi sino el "como los voy a dejar colgados?"
ResponderEliminarSaludos
Alberto
hace poco descubrí este mundo y estoy todavía planeando mi entrada pero no estoy listo. también quiero tener mas tiempo con mi familia. gracias por los consejos Javier.
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